El fundador del Opus Dei es un santo
contemporáneo, muchos miles de personas aún en vida le han conocido y tratado,
ya sea de un modo esporádico o en una convivencia íntima y prolongada. Por
suerte, el arco de su existencia se ha desplegado en una época donde las
tecnologías han ayudado a poder registrar gestos y palabras: películas, vídeos,
grabaciones y notas de conversaciones o de simples anécdotas familiares que nos
han facilitado conocer no sólo su quehacer y sus virtudes, sino su semblante y
su estilo, en definitiva su manera de ser.
Cuando el día 2 de octubre de 1928,
por inspiración divina, vio que todos los hombres pueden aspirar a ser santos
haciendo de todo trabajo, por humilde que sea, ocasión de encuentro y diálogo
con Dios, él se preguntaba cómo llevar a cabo lo que
Dios le pedía, “sí sólo tengo 26 años, la gracia de Dios y buen humor. Y
nada más”. ¡De su sí a la llamada
de Dios dependían tantas cosas!: cientos de miles de personas se entregarían a
Dios en medio del mundo y millones de hombres y mujeres de los cinco
continentes compartirían su espíritu.
Una constante de su carácter, que
subrayan cuántos le conocieron en cualquiera de las etapas de su vida, ha sido
la alegría y la simpatía arrolladora de su modo de ser y de actuar. ¡Y, es el
buen humor que tenía! No era simplemente una alegría fisiológica. Es mucho más.
Es la alegría de los hijos de Dios. En muchos escritos sobre su vida se pueden
leer comentarios como: “Me sorprendió su sentido del humor”. “Quedé removido
por dentro”. “Todos reímos mucho”. “Tuve la convicción de estar muy cerca de
Dios”.
Sabía reír como un niño, con
anécdotas o chiste, o con las actuaciones divertidas, más o menos improvisadas,
que en las tertulias de familia procuraban de vez en cuando hacer pasar un rato
agradable. ¡Cuántas carcajadas ha hecho surgir el santo con sus ocurrencias y
sus anécdotas! Su contagioso sentido del humor fue el instrumento para atraer a
miles de almas a Dios.
Me trae a la memoria los últimos
días de vida de mi madre, muy devota de él que cogía su estampa para la
devoción privada, -no sabemos que le pediría-, pero cuando acaba de
encomendarse a él, repetía siempre: “mira se ríe de los que le pido” y, es que
dentro de sus sufrimientos ella veía la sonrisa que probablemente él le
transmitía.
En estos tiempos que corren de
angustia, de crisis económica, viene bien mirar y quedarse con la vida de un
santo conocido también como “Maestro de Buen Humor”, que tanta falta nos hace
para recuperar esa paz que tantos anhelan.
En la vida de san Josemaría –como en
la de cualquier persona- no faltaron las contradicciones ni las enfermedades.
Si alguno de sus hijos sufría, podía proponerle: ¿Quieres un plan eficaz? Te
doy éste, muy experimentado en nuestro Opus Dei: “callar, rezar, trabajar,
sonreír”. Porque de que sirve enfadarse, si luego tienes que desenfadarte, no
has conseguido nada y has tenido doble trabajo. “La verdadera virtud no es
triste y antipática, sino amablemente alegre” (Camino, 657).
Elena Baeza
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