Cuando el presidente del
Gobierno, Mariano Rajoy, advirtió que iba a recibir una herencia envenenada,
posiblemente no conocía hasta donde podría extenderse el veneno y, sobre todo,
su carácter letal para el conjunto de la sociedad.
Pero lo que está calando más
en la indignación ciudadana es que para salvarse de ese veneno, un grupo
reducido de gestores de los bancos quebrados se había apropiado de un poderoso
antídoto en forma de indemnizaciones millonarias. Bien se cuidaron esos
gestores de asegurarse una jubilación de oro a sabiendas de que su principal
función iba a consistir en el encubrimiento de un desastre del que han sido
plenamente conscientes durante largo tiempo. En este sentido, la peor de la
herencia envenenada que ha recibido toda la sociedad del anterior Gobierno, ha
consistido en la ocultación de la situación real de las finanzas públicas que
ahora emerge en toda su crudeza, como resultado del proceso de transparencia
emprendido por el actual Gobierno, comprometido desde primer momento con decir
la verdad. El problema que hoy se plantea es que descubrir esa verdad está
teniendo consecuencias nefastas en la confianza de los inversores, con la
subsiguiente subida de la prima de riesgo. Pese a ello, aunque la tormenta
financiera sea mayor de lo previsible, no deja de ser una tormenta y, por
tanto, hay que tener confianza en que pasará. Pero no debería ser sin que se
depuren responsabilidades.
José
Morales Martín
Palafrugell
(Girona)
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