Todo parece dar a entender que
si Barack Obama gana las elecciones es probable que sea gracias al huracán
Sandy, que le dio, a la hora undécima, un salvavidas. Con un Mitt Romney
obligado a desaparecer de las pantallas y reducido a pequeños esfuerzos
humanitarios, y un Barack Obama que se agigantó durante varios días en las
pantallas de televisión por el solo hecho de asumir sus responsabilidades de
Estado ante la tragedia, lo que Sandy produjo es un vuelco en las percepciones.
Obama llevaba semanas convertido en un retador empequeñecido y frustrado por la
sensación de que el poder se le escapaba de las manos como un puñado de arena,
y Romney no paraba de crecer en todos los sectores que decidirán estas
elecciones: la base republicana, los independientes y las mujeres en general.
Las encuestas nacionales daban el triunfo a Romney y las esperanzas de Obama
estaban confinadas en Ohio, el estado “predictor” de las elecciones de los
últimos tiempos, que podía darle la victoria en el colegio electoral, es decir,
en el sistema indirecto que es el que determina al ganador. Aun así, ya había
tres encuestas en Ohio que registraban un empate y una que daba un margen
pequeño a Romney, lo que quiere decir que incluso esa esperanza empezaba a
desvanecerse gradualmente para el presidente. Pienso que, aún ganando, sería
triste para un presidente, para el Presidente del país con mayor influencia del
mundo, el hecho de que siga ejerciendo el poder gracias a una catástrofe, a los
efectos del huracán Sandy.
Jesús Martínez
Madrid
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