Acompañado por las oraciones
de millones de fieles en todo el mundo, se reunió en la tarde del pasado día 12
de marzo en la Capilla Sextina el Cónclave de los 115 cardenales que eligieron
al sucesor 266 de San Pedro. Los medios de comunicación se habían vaciado en
conjeturas sobre quien será el elegido, como si asistiéramos a una especie de
batalla electoral de corte político que nada tiene que ver con la realidad de
este acontecimiento eclesial de carácter esencialmente espiritual, los
candidatos decían cuando en realidad nadie había presentado su candidatura, los
hechos han demostrado que todo ello solo eran conjeturas. Lo único que
importaba a los cardenales electorales, era poner las llaves de San Pedro en
las manos adecuadas. La renuncia de Benedicto XVI, que tanto ha conmocionado a
la cristiandad, ha venido a poner de relieve, precisamente, la inmensa
responsabilidad, de por sí sobrehumana, que recae sobre las espaldas de un Papa
cuya principal misión es la de orientar el camino religioso, espiritual y moral
de la comunidad de creyentes más numerosa y difundida por todos los
continentes.
La incesante obra a nivel mundial
Una
vez conocido el nombre (Francisco I) y la personalidad del nuevo Papa, unidos
en la caridad, los católicos de todo el mundo debemos rezar con particular
intensidad en estos días, para que pueda continuar esa incesante obra a nivel
mundial, al servicio de los hombres de este tiempo concreto, con la prioridad
de prestarles el servicio más alto posible, que consiste en ofrecerles la luz
del Evangelio y la fuerza de la gracia de Dios. Esa es la tarea fundamental del
Papa y que en modo alguno ha de ser un superhombre, al modo que pareciera
dibujarse en ciertos perfiles que estos días hemos visto en los medios de
comunicación. Tan sólo ha de ser un hombre cautivado, como Pedro, por el amor a
Cristo y a los hombres y mujeres de esta época.
Suso do Madrid
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