Parece que la Alianza de las Civilizaciones se queda en discursos grandilocuentes pero no pasa a mayores. El burkini, esa prenda de poliéster, sujeta a todas las normas sanitarias y que cubre la totalidad del cuerpo femenino, destinada a las mujeres que siguen la regla islámica de vestir con modestia, suscita, contrariamente, provocación. En las piscinas europeas, mujeres de esta guisa han sido conminadas a abandonarlas y las multas no se han hecho esperar, amenazando a las demasiado cubiertas con 500 euros en Varallo Sesia (Piamonte italiano). Me pregunto por qué la modestia debe ser sancionada y el topless, no sólo tolerado, sino fomentado por unas autoridades impasibles ante el descaro de la semidesnudez en las playas de los 5 continentes. Desde que el mundo es mundo, la mujer ha sido valorada por su capacidad de entregarse al matrimonio, por alguna razón, supeditada a su forma de vestir. Las ligeras de ropa y de cascos suelen coincidir, si bien las que saben apreciarse a sí mismas intentan pasar por la vida sin que su imagen exalte las pasiones ajenas. Pero ya se sabe, en tiempos de lujuria generalizada, lo provocativo es taparse.
María Ferraz
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